La semana pasada tuvieron lugar
dos festivales, el Festival de Cannes y el Festival de Cans. Es evidente su
similitud ortográfica y fonética, pero ¿qué tiene que ver uno con el otro? Sus
fechas de celebración coinciden en el calendario y ambos son una gala de
premios, la primera de cine independiente y la segunda de cortos de producción
gallega. Además, a los dos eventos les da nombre su localización geográfica:
por un lado, la ciudad francesa de Cannes y por el otro, la parroquia de Cans,
en Porriño (Pontevedra). Sin embargo, mientras el festival francés destaca por su glamur y su etiqueta, el
gallego brilla por la ausencia de éstas.
El festival de Cans, con 13
ediciones, se inspira en las 69 del francés, pero nada tiene que ver su
protocolo. Este festival gallego, el cual posee una identidad de marca
peculiar, se caracteriza por ser antiprotocolario. La dirección de comunicación
diseñó estrategias innovadoras, que llaman la atención, con el objetivo de
compartir experiencias entre los participantes y crear trabajo cooperativo (co-working), así como hacer del acto una
ventana de exposición (expo-working).
Se trata de una estrategia de 360º, basada en narrativas paralelas que cuentan historias de lo que allí
pasa.
Este carácter diferenciador
conjuga la reivindicación de la cultura de la aldea, “Galiwood”, y la elegancia
de lo rural, “Agroglamour”, dejando de manifiesto lo “enxebre”. Así, cuenta con
una alfombra, un paseo de la fama llamado “torreiro da fama” y un galardón, una
estatuilla con forma de perro (en gallego, can) hecha por un artesano del
pueblo con una piedra típica de la zona. Las localizaciones del evento son los
prados, las casas, las bodegas y los establos de los propios vecinos,
convirtiendo estos lugares en verdaderas salas de exhibición. De esta manera,
las instalaciones, cargadas de simbolismo, rompen con la tradición de los
festivales cinematográficos, reforzando la identidad de este acto. Además, el
transporte utilizado va más allá del product-placement
de Audi o Mercedes en las grandes galas, y se emplean vehículos de labranza, el
“chimpibus”.
Sus llamativas características lo
convierten en un promotor tanto audiovisual como turístico, consiguiendo un
impacto en ambos campos. Así, su carácter antiprotocolario hace del Festival de
Cans un evento de alta repercusión mediática. Se trata de un caso en el que se
le ha dado un giro al clásico protocolo y el resultado ha sido un verdadero
éxito.
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