Post de Samuel Pereiro
Un acto, ya sea
de carácter interno o externo, tiene siempre un objetivo comunicacional
dirigido hacia un público muy segmentado. Es la forma más clara y efectiva de
comunicar. El éxito de un buen evento no depende solamente de hacer un espectáculo
grandioso y extraordinario. Lo fundamental es que corresponda a las necesidades
de la empresa o institución y a sus planteamientos. También se valora la
aportación de algo distinto, que llame la atención con creatividad y eficacia.
Esta es una de las ideas principales que se puede extraer de la última lección
del pasado sábado y que me da pie a hacer una reflexión teórico – práctica
acerca de este tema.
Hace apenas dos
años tuve la oportunidad de asistir a uno de los mayores eventos que se pueden
llevar a cabo hoy en día en materia de espectáculo orientado a un público
joven. En el salón de actos de mi antigua facultad se realizó una edición del
programa You: no te pierdas nada de
los 40 principales. Dicho evento se
organizó con todo lujo de detalles semanas antes: operarios montando photocalls, sofás en forma de corazón de
color rojo, una gran alfombra roja, acreditaciones, carteles por todo el campus
y demás elementos. Según la Real Academia, la escenografía responde
esencialmente a estas cuestiones pero también se hace extensible al protocolo
de invitaciones, entradas al recinto, marketing y señales direccionales. Todo
esto… faltó. Lejos de ser una crítica (que también se puede leer así) es una
manera de comprobar lo que no se debe hacer (o lo que se debería hacer en los
eventos). Se congregó mucha gente, los accesos no estaban preparados para
discapacitados y los puntos de control eran escasos. La puesta en escena y el
mensaje empresarial quedó sumamente claro (la radio estaba patente ya que se
hacía en directo por streaming) pero
la “obra teatral” se les fue de las manos. La planificación fue muy larga pero
la ejecución también. Y todos los fotógrafos, tiros de cámaras, micrófonos y
escenario hacían el salón diminuto. En el aspecto de proyección de producto
acertó de pleno pero probablemente no se necesitaba tanto.
En otro orden de
cosas, dejando atrás la organización de eventos, en este caso la sensación de
limpieza no estaba muy clara. Haciendo un símil con las vías de escape que
pudimos ver en la Plaza de San Pedro
y salvando las distancias, las escapatorias para salir y entrar no eran muy
espaciosas. Probablemente el evento se comió al escenario aunque fuese
fantástico.
Quiero terminar
con el marketing emocional. La escenografía para las personas que poseen
memoria eidética es sumamente útil y los intangibles se multiplican.
Efectivamente provocó en el espectador placer y una vivencia ciertamente única
que se recuerda. En este caso, el sentido de la vista y el oído fueron
absolutamente claves para que todo el mundo reaccionara, lo último que se
espera es la indiferencia. Para el que suscribe, este evento aún le huele a
fenómeno irrepetible.
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