Post de Claudia Irigaray
Muchas han sido ya las veces (y las que nos quedan por ver) que el público
ha sido testigo de las horas más bajas de compañías y personas. Casos como
Samsung y sus terminales incendiarios, el ex ministro José Manuel Soria y sus
papeles de Panamá o Jordi Pujol y sus millones escondidos son solo algunos de
los miles de ejemplos que podríamos debatir; tres casos en los que el público
ha conocido sus trapos sucios de la noche a la mañana y a lo que los
protagonistas han respondido de formas muy diferentes: unos con verdades y
otros con mentiras.
Haciendo repaso de todos estos casos conocidos, me ha dado por pensar en
cuáles son las líneas de comunicación posibles en cuanto a dar explicaciones o
no a ese bombazo. Me refiero a ese momento en que estalla la noticia y el
protagonista no ha tenido tiempo de pensar, o no le han aconsejado todavía, la
estrategia a seguir para minimizar los daños que la opinión pública le puede
causar a su imagen. Una estrategia que, a
priori, parece de poca necesidad pero que, viendo los finales que ya todos
conocemos, cobra protagonismo.
Veo, pues, que existen dos líneas de estrategia posibles: A, mentir hasta
el final o B, confesar desde el principio. ¿Cuál es mejor? Depende de para
quién y de la moral que se traiga de casa.
Con la opción A, tenemos la ventaja de que, si conseguimos que nuestra
historia llegue hasta el final, nos libramos de la mala prensa. Permanecemos
con la imagen intacta y seguimos con nuestras vidas. Pero ¿y si nos pillan? Las
posibilidades de que nuestra imagen salga
defenestrada se multiplican. Somos malos por lo que hicimos y mentirosos por
querer taparlo. Y a eso le sumamos la tensión de no saber si se va a destapar o
cuándo.
Con la opción B, aguantamos el chaparrón sin rechistar. Como ventaja, nadie
nos va a pillar en la mentira y podemos intentar usar nuestra confesión como un
atenuante. A eso le añadimos un “no me acordaba y lo siento” y tenemos la
receta lista. La honestidad nos da la opción de detallar la historia con nuestra
versión antes de que otros se la inventen o la cuenten de manera “diferente”.
Como desventaja, palos y palillos asegurados.
Pero ¿cómo decidir cuál es la buena? Pues eso depende, como dije antes, de
para quién y de la moral que se traiga de casa.
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