Post de Mónica Bastos
Los Mayas pronosticaron que en el 2012 el
mundo llegaría a su fin y se equivocaron. Cierto es que podemos afirmar este
error, ya que tú estás leyendo esta entrada que yo estoy escribiendo.
Pero realmente, si vamos más allá del año y del
tipo de destrucción que predijeron, sí podemos darnos cuenta que el mundo en
cierta medida y por esos años llegó a su fin; al menos de la manera que lo
conocíamos.
La llegada de la cámara engendró un fenómeno
que está en plena etapa de adolescencia; en una auténtica turbulencia hormonal.
Este fenómeno no es otro que el de la imagen y el uso de la misma. Hemos pasado
de la época en la que solo algunos privilegiados podían permitir ponerse
delante de una cámara a una etapa en la que las nuevas prótesis manuales, me
estoy refiriendo al teléfono móvil, dejan inmortalizado hasta el más nimio de
los momentos.
Hemos aprendido a posturear, a vendernos,
cuidando celosamente nuestra imágen y la de nuestra empresa. Nunca antes
habíamos estado tan expuestos, con tantos ojos acechantes esperando por un
momento singular. Organizaciones y/o personalidades trabajan en en campañas
metódicas para el logro de una imágen “marca” que
a veces se ven afectadas por acciones puntuales.
Pongamos el ejemplo de Lisboa. Según el
informe inmobiliario de la consultora PriceWaterhouse (PwC), Lisboa es una
de las mejores ciudades europeas para invertir en ladrillo. La entrada en la
ciudad sorprende con la cantidad de
construcciones y atascos que te dan la bienvenida (foto 1); y que nada tienen
que ver con la imagen utilizada para promocionar la ciudad (foto 2). Podemos
añadir, que la creencia nos dice que los portugueses son muy trabajadores.
Obviamente para embellecer la ciudad es
necesario sufrir ciertas incomodidades de reparaciones urbanísticas y, cómo no,
la cámara está ahí para ser testigo.
La siguiente imagen fue realizada en los soportales de la Plaza de Comercio.
Desconozco la intención de este tipo de
situaciones pero está claro, después de una pequeña inspección, que los
participantes conocen el orden de protocolo y lo siguen, a pesar de no
encontrarse en un acto oficial. Obviando la figura de la autoridad, nos
encontramos con un ejemplo impar de ordenación protocolaria. El anfitrión, con
atuendo diferente al resto de asistentes,
se encuentra en el centro de la imagen; lo acompañan en ambos sentidos,
diferentes personalidades que siguen un orden jerárquico (6 4 2 1 3 5 7), tal y como podemos observar en el
organigrama de los órganos de una organización de obra[2]:
1. Anfitrión (obrero)
2. Capataz
3. Encargado
4. Subcontratista/destajista
5. Topógrafo
6. Maquinaria
7. Jefe de obra
Siguen un orden, una etiqueta y el acto
se realiza dentro del horario de la jornada laboral. Por lo tanto,
personalmente, creo que esta imagen vende la buena disposición de los
funcionarios para llevar a cabo su labor.
No dejemos de vendernos. Las
interpretaciones son personales y siempre hay que ver la aguja entre tanta
paja.
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